La casa se abre, la pereza se abre. ¿Dónde termina lo humano y empieza nuestro cuerpo? El brillo resplandece en la ciénaga. La casa se abre. Una y otra vez la casa se abre, como el sexo, como el misterio. Mi peluche de recuerdos rotos en la habitación centenaria. Un oso peludo que se refriega en los/nuestros orificios. Adentro, rosa estallido de fluidos acharolados. Nos desarmamos, nos abrimos, nos retorcemos. Cuerpos que caen sobre el sillón, la pereza como parte de un encanto, un embrujo, la magia decadente de algo que ya no está. La casa se abre. En el aire que corre hay un susurro de otra época. Se cae la flor del empapelado y se abre una mano negra que llama a los fantasmas del altillo. ¿Qué queda cuando ya nadie nos habita? ¿Qué queda después de la pereza? ¿Qué queda en una almohada vacía? ¿Qué sexos, qué fluidos, oculta el sillón que ya no está? ¿Qué gotas chorrean por el empapelado ajado? ¿Cuántas flores viven en el vello corporal de un peluche? ¿Cuántas habitaciones caben en la pereza? El cuerpo se desparrama en los objetos, peluches de diamantes, vómitos desesperados. Somos cuerpos plásticos que transpiran reflejos rotos. Las palabras no alcanzan, el cuerpo no alcanza, el peluche no alcanza, el juguete no alcanza, el dolor no alcanza. Mi realidad se termina pero la tuya sigue. El sexo es un misterio. El fluido se proyecta en una sonrisa. Un oso de seda sonríe desde la dorada decadencia de una casa que olvidó a sus habitantes. Un cuerpo nos mira por la ventana y se refleja su boca húmeda. Otro cuerpo cae del sillón en el que nadie se sienta hace años. ¿Cuánta pereza contiene el sexo? ¿Cuánta vida habita en los párpados que se cierran?

FACU SAXE

La Plata, Diciembre 2020